“Del amor y mis conflictos existenciales”



Diario III
“Del amor y mis conflictos existenciales”


¿Ser o no ser?, ¿amar o no amar?... esa es la cuestión fundamental de un Centauriano cada vez que su ser actúa de manera distinta a sus principios, educación y las leyes naturales que nos han impuesto nuestras figuras paternales. La razón por la cual vivir eternamente tras el juicio de la gran madre creadora; la razón por la cual decidir mejor morir a seguir sufriendo una vida eterna sin el ser querido. Disimular; querer; aprender; sonreír de manera ajena a lo que dicta el corazón… y estar atado a las omnipresentes ruedas del ser, y permitir que estas giren tanto que ya no existe una vuelta atrás, mientras que los días se convierten en noche y la noche en abismales agujeros que provocan procesos químicos en mi cerebro nunca antes sentidos.

Una vez me pregunté: ¿estaré predestinado a vivir ungido en la sociópata mentira? La respuesta fue rotunda e inmediata: no. Aún lo recuerdo como si fuese ayer, yo había empezado en la transición a la que llamamos: “la inercia del caos”. La inercia del caos es un suceso por el cual todos los Tarianteie pasamos, tarde o temprano, mañana o ayer, no hay nadie quien pueda salvarse del “caos”. Todavía me dan nervios él revivirlo y me aferró a la pregunta, y la duda me carcome y no puedo negarlo, lloró por lo perdido, pero también lloro por lo vivido y por todo lo que me ha hecho perder.

Las enfermedades en nuestro planeta no están exentas, pero como ya lo mencioné, “la inercia del caos” es la peor de todas y la que más resiste los antibióticos. Desde hace un par de siglos atrás, se decidió que la enfermedad formaría parte de la formación de nuestros ser a temprana edad, algo que incurrió en la sociedad como cierta polémica pero que tiempo después fue aprobada rotundamente por el comité intergaláctico, debido al éxito y la tasa de mortandad que había causado un siglo después de su aparición. ¿Pero a que se debía? Fácil, una enfermedad progresiva que barre primeramente con nuestro sistema inmunológico y cognitivo, haciéndonos perder quizás cierta parte fundamental en nuestro cerebro. Por ello es que lo admito, a temprana edad perdemos cada una de nuestras emociones.

Pero algo diferente me sucedió. Un suceso que alarmó a mi madre—pues es la única que lo sabe—y quien ha estado guardando silencio. ¿No les parece extraño? Un Tarianteie hablando abiertamente sobre amor, amistad… seguro tiene que ser un completo extraño y por consecuente, contener un 0 % de sangre centaurina. Ya estando aquí lo aclaro, soy tan Centauro como cada uno de ustedes y tan lleno de vida, como cada habitante del universo. Aunque eso nunca ha sucedido de manera abierta e implícita, ya que mi madre ha pasado por ciertas desgracias que le han marcado la vida. Les cuento: hace un par año de atrás, la enfermedad nos atracó a mí y a otros jóvenes dentro de los grandes depósitos de enfermedades que contienen nuestros honorables científicos. Todo sucedió con plena normalidad. Los primeros dos días fueron horribles. Mientras que los siguientes totalmente agradables. El último fue el torturante pues al menos sentí que una mano enorme venía y me privaba de la respiración. Cuando madre fue a visitarme después de la cuarentena creyó que todo ya había pasado, pero a contrario de todos fue algo más espeluznante… tuve miedo, pues era inteligente, más de lo debido, y mi miedo se avivaba pues un Tarianteie genio es tomado por los sondas interestelares para el posterior reclutamiento hacía las famosas nuevas dimensiones. Pero se preguntaran, ¿no es eso algo bueno? Yo les respondería que no, pues aún conservaba esa parte de mi cerebro, eso que llaman sentimientos.

Los sentimientos son muy repudiados entre la sociedad, pues son ellos quien hacen actuar a los seres vivos de manera distinta e incoherente. Pero vamos, ¿tú no te has enamorado?, ¿no has trazado una amistad confiable?... del mismo modo que tú lo has hecho—pienso que realmente es así—yo empiezo a encarar tal sentimiento como lo es el amor propio, y al contrario de todo pienso que no está mal. Por ejemplo: hace pocos años tuve que ir al laboratorio de guardia neuronal, para que implantaran en mi hipotálamo la segunda tanda de información en el microchip A20, y salió perfectamente. Pero en aquel entonces yo empezaba a denotar extraños comportamientos, como el de la duda, la atracción y ese movimiento cíclico en mis entrañas. Si estaba enamorado, pero no contaré de quien, digamos que es un secreto. Pues en aquel entonces pensé que quizá con la nueva generación de chips organicos neuro-cerebrales todo terminará y podría continuar con completa normalidad. El desacierto fue ese… pensar que todo acabaría, pues de inmediato aprendí que las emociones no se mandan por si solas y que aun a sabiendas de tener tanta tecnología como sea posible, esta no contendría los algoritmos posibles como para suprimir lo desdichado o bienaventurado sentimiento.

Podría seguir contando más y más, pero eso llevaría líneas de mi vida y como lo he dicho, estoy enamorado, pero no solo de la actitud física, sino que, me enamoro día con día de la naturaleza, del tiempo, de la sabiduría que mi padre ha legado en cantidades extraordinarias de datos; del amor de una madre; del amor a la vida y de cierta persona que aunque no le mire y muy probablemente esto no sea mutuo, sacrificaría una y mil vidas de mi existencia. Lo sé, me he mostrado como otro más, y lo he reiterado en mis otros diarios, los Centaurianos carecemos de sentimientos y de sueños, pero aunque suene como una excusa, puede nacer uno en un millón exento a tales reglas y creo que yo he sido el elegido.



Por: Ramón Alfonso Torres (El azif)

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