"Contradicción"
Mi
lastimera mirada se perdió en la costra que estaba por desprenderse de mi mano
izquierda, era grande y repulsiva, asquerosa, maloliente… Había algo en ella
que cautivaba mi mirada—¿tendría que ser tan horrible?—, si hubiese sido un
recuerdo tendría que ser uno ácido y estúpido, no hay otra explicación.
Aunque
primero sentí un martilleo en mi cabeza, supuse que la última de mis resacas
había matado la mayoría de mis neuronas. No creo ser un tonto o un idiota, de
hecho en la facultad he sido uno de los alumnos más brillantes de mi
generación, no es por presumir pero hace un par de meses he ganado el premio
del concurso anual de química, pero en esta situación y desde hace un par de
días vengo sintiéndome como un completo retrasado. No por nada he caminado
durante largo rato, intentando localizar mi departamento.
Quise
mover mi mano derecha para detener el desprendimiento de la costra, pero mi
brazo apenas pudo reaccionar con una contracción forzosa de la coyuntura de los
hombros y del bíceps, segundos después vino un espasmo que se
prolongó por largo rato y al final la costra ya había descendido hasta el
concreto de la enorme avenida donde me encontraba situado. No obstante un fugaz
pensamiento, barrió con el recuerdo del pasado, con el recuerdo de lo que una
vez fui… Ahora todo ello era parte de omnipresente muerte y la devastación que
me rodeaba.
Me
detuve por un momento y vi la costra sobre el suelo. El nivel de idiotez subió
mas. Intenté mover la mano derecha—de nueva cuenta—, esta vez de manera poco
más arrebatadora, pero de igual modo, perdí el impulso de energía a medio
camino.
El
sobresalto vino cuando de mi herida latiente brotaba un líquido espeso a
goterones, no era escarlata como los ojos de mis similares, sino que se trataba
de otro líquido blanquecino que traía consigo una peste de los mil demonios, como
cloacas, nidos de alimañas y olor a porquería. Sin embargo, yo me negué a
creerlo, pero mientras más observaba los detalles de mi cuerpo, no cabía la menor duda que poco
a poco me convertía en un templo de secreciones purulentas que producían más
daño a otros que a mi propio ser. Así que me horrorice, como cuando los niños suelen
hacer algo malo, así como cuando nuestro subconsciente nos dice que no, pero
nosotros decimos que sí y finalmente gana la poco cordura… Así como si
estuviese más muerto que vivo. Y con mucha más razón intenté taponear para detener
el chorro de pus—como si eso ayudara en algo— que no paraba de nacer, pero fue
en vano, por más fuerza que aplicara o por más grandes manos que tuviese la pus
seguiría escurriendo entre mis dedos. ¿Pero que me sucedía? Todo esto tendría
que ser una broma, una broma con desarrollo cabalístico, muy bien jugada, como
aquellas que solían gastarme mis compañeros en la facultad. ¡Exacto! Tendría
que ser eso, ellos lo debían haber hecho, aunque yo ahora, tenía mucho tiempo
sin verles. Ellos de alguna manera habían manchado mi camisa y también me
habían metido en una cloaca—para apestar de tal manera—mientras dormitaba o
quizás en una de mis borracheras; y seguro, el líquido maloliente que brotaba de
mi mano, junto a las pústulas y la costra que se había desprendido del mismo
lugar no eran más que diseñ artificiales como los que se usan para los
disfraces de Halloween. Algo en mi quiso sonreír… Pero con la abismal
diferencia que no sentí un solo musculo facial moverse, ni tal alegría, más que
un gemido moderado que se desprendió de mis labios. De nueva cuenta me embargo
la duda, el misterio y un miedo que se acrecentó conforme seguía pensando: en
chorros de pus, costras, erupciones y aun no obstante, de nuevo en el quejido.
Mi
memoria se perdió bajo los influjos de mis últimos hálitos de vida. De la
próxima muerte. De la putrefacción. Y de un universo a punto de fallecer
girando en torno a mí.
«¿Quién
soy?», me pregunté. ¿Acaso todo esto era obra de un sueño? O ¿cabía la menor
posibilidad de la justa realidad de la broma gastada por compañeros? «¿Qué me
pasa?», me volví a preguntar. Observé mis manos detalladamente. Mis pupilas
recorrieron cada poro abierto de mi piel, la cual se había teñido de un pálido
color verdusco que se atenuaba conforme subía a mi torso.
Oí
un par de gemidos, sin duda no era yo, ni me sucia mente. Giré en una media
vuelta para ubicar la procedencia, pero fui tan lento, que cuando estaba por
darme por enterado, otro gemido me sobresaltó. Volteé mi mirada. Cada musculo
de mi cuerpo se movió de distinta manera: rodillas, codos, inclusive mi cabeza.
Juro que llegué a pensar que iba a caer hecho pedazos al suelo. Pero eso no fue
todo, pues cuando reivindique y clavé mi mirada de frente, me llevé el mayor
susto de mi vida. Frente a mí, estaban otro par de hombres de tamaño medio
ancho, uno de ellos era tan obeso que su cavidad abdominal apenas podía
resistir las entrañas y la enorme cantidad de grasa corporal que cargaba
consigo, y el otro tenía una talla menos, aunque de igual modo se trataba de
otro hombre obeso. Ambos apestaban tanto que el olor de mi llaga se desvaneció
al instante. Tenían poco vello facial, y mostraban sus amarillentos dientes en
señal de total furia. Pero fueron sus ojos, esos ojos escarlatas que se
clavaban en mi cuerpo de menor complexión, los que me hicieron enmudecer, ya
que ni el mismo gemido que solía clamar como avivada voz se escapó de mi
garganta. Y de tal modo que inmediatamente saque conclusiones que estaba frente
a dos muertos vivientes. No podía tratarse de otra cosa: olorosos a porquería,
cubiertos de sangre y esos ojos de muertos, eran como los de un zombi. No supe
que fue lo que me hizo pensar en zombis, pero tampoco me quedaría a
preguntarles. Esperaba que todas las tonterías y absurdas acciones a tomar en
la guía de supervivencia me ayudasen.
A
paso forzado giré—un poco más rápido de lo normal—y caminé rápidamente,
arrastrando uno de mis pies como un bobo, intenté moverme con mayor presteza,
pero parecía que mi cuerpo me traicionaba. Caminé cerca de diez metros, pero en
la lejanía miré otro par de figuras que se movían. Me invadió el miedo, y una
gota de sudor o quizás pus—ya no lo sabía—recorrió mi frente hasta mi mejilla
izquierda. Sentí un leve cosquilleo. Miré a la derecha y luego a la izquierda,
y había más de ellos, y de nuevo detrás mía, las dos figuras de los hombres
obesos aproximándose.
¡Estaba
a punto de morir! Yo no quería, obvio nadie quiere morir y mucho menos yo, que
soy un poco joven. Pero ellos seguían acercándose con sus pasos lentos y
parsimoniosos, arrastrando a la muerte, como si esta fuese su mejor aliada.
«
¡Ayuda!, ayuda por favor», grité. Pero de mi boca solo salió un potente gemido.
Pronto me invadió un olor, era bello como un perfume, y también la ansiedad que
me drogaba. No sabía que era lo que me pasaba… quise pellizcarme para saber si
todo esto era un sueño—al menos así podría constatarlo—, pero en mi vano
intento, la uña de mi índice derecho se desprendió y no pude concretar ninguno
de mis movimientos, aparte que volví a observar esa enorme llaga… No supe que
pensar.
De
pronto todos se acercan al mismo tiempo.
Yo
cierro los ojos y pienso en un último recuerdo. Mi mente recaba información de
la noche anterior… ¡Vaya situación!
“Estaba
yo corriendo a través de un callejón. Era oscuro, brumoso y estaba fundido en
un líquido viscoso que se introducían en las alcantarillas de poco en poco. Me
extrañó tanto, pero no me detuve para observar detalles. Tenía otro problema
aún más gordo que el de mi tonta curiosidad, el hombre con el puñal que me
pisaba los talones. «Detente mocoso, alto», jadeaba él. Pero el brillo del
metal de su puñal brilló con el plenilunio. Había una barricada de escombros,
pero la subía como un soldado como un profesional… me imaginaba a mí mismo como
un superhombre. Me encaminé hacía la esquina siguiente, creyendo haberlo
perdido, disminuí mi velocidad y me detuve. Me senté sobre el suelo y tome
cuantas bocanadas de aire pude, mi garganta ardía como si tuviese vidrios o
piedras. Entonces el frio metal tocó mi garganta, mientras que esa gruesa voz
me decía: «Te ordené que te detuvieras y me mandaste al demonio. Te ordené que
me dieras ese maldito móvil, pero te negaste, que te estas creyendo chico»,
mencionó el hombre con cierta acritud. Lentamente me puse de pie y busque en
mis bolsillos, para entregarle lo que podía, se lo di todo, inclusive mi
carnet… pero al parecer él no se apiadaría de mí. «Espero que no grites como
esa nena, espero que tú también no muerdas», mencionó. Así que me empujó al
suelo y todo había terminado, bueno, al menos hasta el momento que vi llegar
esa sombra acompañada de esos gemidos, una persona con la fuerza de muchos… una
persona ensangrentada que muerde a la otra… una persona con los ojos escarlatas
que degollar con los dientes al ladrón prefiere… sin duda alguna tenía que ser
un zombi. Un rio de sangre cubrió el adoquinado y yo me incorporo tan pronto
como puedo. Pero otras de esas figuras se apoderan de mi… de mi vida…y a partir
de ahí, una nueva vida inicia”.
Esperaba
que todo fuese mentira, pero los hombres y mujeres con rostros demacrados jamás
se acercaron a mí para hacerme daño… pues no me reconocían como una presa. La
herida de mi mano izquierda había sido causada por la presión de los dientes de
aquel monstruo o aquel muerto. Todo encajaba… quise echarme a llorar, pero
quizás ya no contaba con mis conductos lagrimales, ni con nada que se asemejara
a un ser humano. Al contrario me di cuenta que me movía sin pensarlo, que
susurraba sin pensarlo.
Abrí
los ojos al momento de un par de gritos desgarradores, una pareja estaba siendo
atacada justo delante de mí. Un nuevo impulso inunda cada neurona de mi cerebro,
es el hambre, la necesidad…
Enseguida
me muevo velozmente. Mi mente se limpia de todo pensamiento bueno, y como un
animal carroñero me uno al festín. Al menos ahora ya nada me importa, puedo
comer hasta saciarme y la nueva vida no es tan mala después de todo.
FIN
Por:
Azif23
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