De mi principio y mi final
Me sentí entre dos mundos:
Vi sombras demoníacas que se acercaban sigilosas e irrumpían como tormentosos
recuerdos que se arremolinaban entorno a mí, como chacales hambrientos esperando
a devorar a una víctima que nunca lo quiso ser. Al poco tiempo después, empecé
a sentir los piquetes de sus espinas, los dientes que atravesaban la carne y sus
enormes zarpas que rasgan mi piel como hojas de papel. Evitando resignarme,
aprieto mis manos como aferrándome a este mundo, me negaba a creerlo hasta que
un sentimiento de tristeza se expandió fugitivo a través de mis manos y de mi
cuerpo y viajó hasta mi mundo que empezaba a cubrirse de irregularidades.
Ya mi esencia
empezaba a abandonarme. Ya no sentía confianza o alegría, más que la ruin
tristeza de mi próximo fin. Las palabras eran vacías. El sonido era árido y
quebradizo a mí alrededor. Las membranas de la vida empezaron a colapsar al
ritmo de mi corazón perforado por este fenómeno tan inquietante. Para mí ya no
había un tiempo, o un inicio o un final. Todo habíase terminado.
Pero
también ahí había figuras de hombres y mujeres que se desnudaban ante imponente
belleza. Tenían alas que batían con ímpetu, quizás
intentando alejar de mí, aquel mal irremediable.
Lloré, lloré por
primera y última vez, como si nunca lo hubiere hecho... A decir verdad parecía
un niño regañado. Cada lágrima se inmolaba en mí y la duda me atacó y probé el
sabor de la sangre y lo confundí con el sabor del metal retorcido que me
abrazaba. También tuve que tragarme mis últimos hálitos de vida, mientras las
luces golpeteaban a mis ojos.
Los
últimos momentos... Los recuerdos... La infancia... El abrazo de madre... El
regaño del padre... El primer beso... El dolor inconfundible del primer amor...
El primer poema...
Ya
les veía venir.
Tuve
tanto miedo que supongo de pronto perdí la conciencia.
Y el
universo giró ante mí, pues yo ya era el universo y el universo se hubo
convertido en parte mía.
Después
todo se oscureció…
Desperté
al cabo de unos segundos. O quizás fue mucho tiempo más. Ya no había recuerdo
de lo que fui o de lo que soy. Pero quizás mecánicamente me vi impulsado por
tocar cada parte de mi cuerpo: mis brazos, pies, inclusive mi rostro y mi
cabello. Todo estaba ahí. Entonces corrí hasta más no poder. Troté a través del
llano dorado y un cielo blanquiazul que se perdía en el horizonte. En la
lejanía advertí figuras de hombres volando sobre el cielo. Y acechado por mi
timidez e inocencia me vi impulsado a correr a contracorriente, entre una
muchedumbre que se alegraba y me brindaban la mejor de las bienvenidas. Tenía
sentimientos encontrados... Me eché al suelo a llorar... ¡No quería mi final
ahora...! Ni nunca lo quise... Aunque de pronto aparece frente a mí, me brinda
su mano y yo la tomo sin pensarlo y me hundo en su eucarística aura. Ahora
había tocado el cálido rostro de Dios.
Por: Ramon Alfonso Torres
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